Recuerdo como si fuera ayer la
primera vez que llego a mis manos esta maravilla musical. Tuve la suerte de
conocer esta obra de arte en uno de los momentos más constitutivos de mi vida.
Fue durante mi última etapa de época escolar en donde se empezó a gestar en mi
aquella exquisita inquietud adolescente por alcanzar de una vez por todas la
conciencia crítica que permitiera por fin marcar un límite de distancia con los
trillados cánones estéticos e intelectuales
de la sociedad de consumo y la música de “mtv”. Había que diferenciarse y
dotarse de sentido de una vez por todas. Este disco fue el que precisamente me
permitió ir más allá de estas
convenciones, incluso las del propio rock. Representa más que una autentica obra
de introspección y misterio, una puerta hacia los confines y posibilidades de
la mente humana desde su infinita musicalidad hasta los más inquietantes y
nobles sentimientos del alma. Grabado en 1970 representa una verdadera
transición en la carrera de Pink Floyd al comenzar a ocuparse de sonoridades más
complejas que necesariamente puramente psicodélicas, por darse la libertad de
crear piezas musicales de mayor duración dejando un poco más de lado los coros
y estribillos de antaño y por dar rienda suelta a las creatividades
individuales, posicionándolas en conjunto en favor de la experiencia de los
nuevos y más exigentes oyentes. He ahí la importancia de este álbum al servir
de transición entre la primera etapa sicodelica y space rock de “Interstellar
Overdrive” a la trabajada y más progresiva era de “Echoes” y “Shine on you
Crazy Diamond”.
La primera canción del álbum que
da nombre al disco, ocupa todo su primer lado en forma de una apoteósica y
bella suite de 23:44 minutos (la canción más larga de Floyd). Cuenta con la
impresionante orquestación de Ron Geesin (hecho inédito hasta entonces en la
carrera de esta banda), que tiene el mérito de llenar de espectacularidad y
belleza el tremendo viaje que emprendemos con una canción que pareciera querer
evocarnos los misterios del universo entero. Esta magnífica pieza instrumental
se divide en 4 partes conectadas entre sí en
una conmovedora coherencia sonora sentando las bases del rock progresivo
y sinfónico, funcionando además como excelente acercamiento al maravilloso
mundo del jazz y música clásica. Me resulta un tanto difícil poder describir lo
que particularmente me evoca esta canción, demás está decir que esta exquisita
mezcla de guitarras, sintetizadores, bajos, cellos y orquestas, es puramente
emocional. Te puedes sentir en una verdadera experiencia de religiosidad en
comunión con el espacio absoluto y sus misterios, como también emocionado hasta
las lágrimas por las infinitas posibilidades de la música. Esa es definitivamente
la mejor cualidad de Pink Floyd, es que con su música te evocaran siempre algo.
Para muchos esta canción es excesiva, para mi simplemente una de las mejores
obras en toda la carrera de los Floyd. La canción incorpora los primeros
elementos progresivos en Pink Floyd, mención especial al exquisito descanso con
el hammond de Richard Wright y la bellísima pieza vocal de “Breast Milk” (ahí
por el mintuo 5:26) y el alucinante bajo introductorio de Waters en “Mother
Fore” justo antes del también esplendido solo de David Gilmour. Luego vendrán
una notable serie de sintetizadores galácticos para finalmente terminar con una
explosión catártica de instrumentos y
voces al mejor estilo de cualquier opera wagneriana. Un lujo de canción
realmente.
Luego vendrá “If”, una balada muy
personal de la mano de Roger Waters acompañado de su guitarra acústica
constante y punteada, teclados y uno que otro aporte por parte de Gilmour y
Mason. Una balada muy sencilla y efectiva que sirve como puente de reposo entre
la suite inicial y la excelente “Summer 68”. “If” es probablemente la canción
más simple del disco pero no por eso menos meritoria, recordemos que lo que
tocan estos tipos es oro. “Summer 68” escrita y cantada por el gran “Richard
Wright” nos enfrenta a la constante dicotomía de todo rockero. El paradigma y
arquetipo del rockero “tipo” rodeado de excesos sin sentido y sexo superficial
es cuestionado hábil y sarcásticamente por Wright en un tema de admirable
fuerza sinfónica, sin duda de lo mejor del disco.
Pasamos a “Fat old sun” tema melancólico
pero extrañamente alegre al mismo tiempo (tengo la sensación de escuchar niños
riendo por la mitad de la canción). El tremendo aporte de David Gilmour que
suavemente nos armoniza y nos transporta a un tranquilo paseo musical de la
mano de esos exquisitos slides (marca registrada de David) y uno de los solos más memorables de la carrera
del guitarrista. Buenísima y ya todo un
clásico de la banda.
Cierra el disco una melódica y
entretenida musicalización del “desayuno psicodélico de alan”, uno de los
“roadies” de la banda a quien podemos oír a lo largo de la canción decidiendo
que tomar para el desayuno. Nos enteraremos
de su gusto por la mermelada, de cómo se fríe el huevo, como cae el cereal en
su recipiente y de cómo revuelve Alan su café, de la mano de una brillante gama
de sonoridades. El desayuno de Alan se divide entre una armoniosa pieza de
piano, una bellísima guitarra acústica y finalmente un fabulosa explosión
instrumental a modo de epilogo para terminar
este imprescindible del rock con una gota de agua que cae, cae y cae.
Mención aparte la notable portada
del disco: una vaca en el campo. “Hipgnosis” se manda uno de sus mejores
trabajos de diseño al retratar la cotidianidad máxima, la simpleza e
intrascendencia de una simple vaca en un pastizal. ¿Cuál será el mensaje?
Probablemente nunca lo sepamos, lo queda realmente claro es que estos tipos son
realmente unos genios galácticos. ¿Lo mejor? aún les quedaba por crear Meddle,
Wish you Were Here y el aclamado Dark Side Of The Moon!