viernes, 28 de febrero de 2014

Atom Heart Mother - Pink Floyd

                              

Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que llego a mis manos esta maravilla musical. Tuve la suerte de conocer esta obra de arte en uno de los momentos más constitutivos de mi vida. Fue durante mi última etapa de época escolar en donde se empezó a gestar en mi aquella exquisita inquietud adolescente por alcanzar de una vez por todas la conciencia crítica que permitiera por fin marcar un límite de distancia con los trillados cánones  estéticos e intelectuales de la sociedad de consumo y la música de “mtv”. Había que diferenciarse y dotarse de sentido de una vez por todas. Este disco fue el que precisamente me permitió ir más allá  de estas convenciones, incluso las del propio rock. Representa más que una autentica obra de introspección y misterio, una puerta hacia los confines y posibilidades de la mente humana desde su infinita musicalidad hasta los más inquietantes y nobles sentimientos del alma. Grabado en 1970 representa una verdadera transición en la carrera de Pink Floyd al comenzar a ocuparse de sonoridades más complejas que necesariamente puramente psicodélicas, por darse la libertad de crear piezas musicales de mayor duración dejando un poco más de lado los coros y estribillos de antaño y por dar rienda suelta a las creatividades individuales, posicionándolas en conjunto en favor de la experiencia de los nuevos y más exigentes oyentes. He ahí la importancia de este álbum al servir de transición entre la primera etapa sicodelica y space rock de “Interstellar Overdrive” a la trabajada y más progresiva era de “Echoes” y “Shine on you Crazy Diamond”.




La primera canción del álbum que da nombre al disco, ocupa todo su primer lado en forma de una apoteósica y bella suite de 23:44 minutos (la canción más larga de Floyd). Cuenta con la impresionante orquestación de Ron Geesin (hecho inédito hasta entonces en la carrera de esta banda), que tiene el mérito de llenar de espectacularidad y belleza el tremendo viaje que emprendemos con una canción que pareciera querer evocarnos los misterios del universo entero. Esta magnífica pieza instrumental se divide en 4 partes conectadas entre sí en  una conmovedora coherencia sonora sentando las bases del rock progresivo y sinfónico, funcionando además como excelente acercamiento al maravilloso mundo del jazz y música clásica. Me resulta un tanto difícil poder describir lo que particularmente me evoca esta canción, demás está decir que esta exquisita mezcla de guitarras, sintetizadores, bajos, cellos y orquestas, es puramente emocional. Te puedes sentir en una verdadera experiencia de religiosidad en comunión con el espacio absoluto y sus misterios, como también emocionado hasta las lágrimas por las infinitas posibilidades de la música. Esa es definitivamente la mejor cualidad de Pink Floyd, es que con su música te evocaran siempre algo. Para muchos esta canción es excesiva, para mi simplemente una de las mejores obras en toda la carrera de los Floyd. La canción incorpora los primeros elementos progresivos en Pink Floyd, mención especial al exquisito descanso con el hammond de Richard Wright y la bellísima pieza vocal de “Breast Milk” (ahí por el mintuo 5:26) y el alucinante bajo introductorio de Waters en “Mother Fore” justo antes del también esplendido solo de David Gilmour. Luego vendrán una notable serie de sintetizadores galácticos para finalmente terminar con una explosión catártica de instrumentos  y voces al mejor estilo de cualquier opera wagneriana. Un lujo de canción realmente.


Luego vendrá “If”, una balada muy personal de la mano de Roger Waters acompañado de su guitarra acústica constante y punteada, teclados y uno que otro aporte por parte de Gilmour y Mason. Una balada muy sencilla y efectiva que sirve como puente de reposo entre la suite inicial y la excelente “Summer 68”. “If” es probablemente la canción más simple del disco pero no por eso menos meritoria, recordemos que lo que tocan estos tipos es oro. “Summer 68” escrita y cantada por el gran “Richard Wright” nos enfrenta a la constante dicotomía de todo rockero. El paradigma y arquetipo del rockero “tipo” rodeado de excesos sin sentido y sexo superficial es cuestionado hábil y sarcásticamente por Wright en un tema de admirable fuerza sinfónica, sin duda de lo mejor del disco.
Pasamos a “Fat old sun” tema melancólico pero extrañamente alegre al mismo tiempo (tengo la sensación de escuchar niños riendo por la mitad de la canción). El tremendo aporte de David Gilmour que suavemente nos armoniza y nos transporta a un tranquilo paseo musical de la mano de esos exquisitos slides (marca registrada de David) y  uno de los solos más memorables de la carrera del guitarrista.  Buenísima y ya todo un clásico de la banda.

Cierra el disco una melódica y entretenida musicalización del “desayuno psicodélico de alan”, uno de los “roadies” de la banda a quien podemos oír a lo largo de la canción decidiendo que tomar para el desayuno.  Nos enteraremos de su gusto por la mermelada, de cómo se fríe el huevo, como cae el cereal en su recipiente y de cómo revuelve Alan su café, de la mano de una brillante gama de sonoridades. El desayuno de Alan se divide entre una armoniosa pieza de piano, una bellísima guitarra acústica y finalmente un fabulosa explosión instrumental a modo de epilogo para terminar  este imprescindible del rock con una gota de agua que cae, cae y cae.

Mención aparte la notable portada del disco: una vaca en el campo. “Hipgnosis” se manda uno de sus mejores trabajos de diseño al retratar la cotidianidad máxima, la simpleza e intrascendencia de una simple vaca en un pastizal. ¿Cuál será el mensaje? Probablemente nunca lo sepamos, lo queda realmente claro es que estos tipos son realmente unos genios galácticos. ¿Lo mejor? aún les quedaba por crear Meddle, Wish you Were Here y el aclamado Dark Side Of The Moon!


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